lunes, 6 de mayo de 2013

Maldita Anaïs.




Nunca antes unos diarios habían sido todo un escándalo cuando fueron publicados. En vida, ella había prohibido que se difundieran sin expurgar debido a que sus protagonistas todavía seguían vivos. Los diarios de Anaïs Nin (1903-1977) causaron mucho revuelo en su momento porque en ellos su autora confiesa, entre otras cosas, la relación incestuosa que tuvo con su padre, a quien convierte en su amante, para después dejarlo del mismo modo como él las abandonó a ella y a su madre.



Anaïs Nin escribe estas páginas de su vida íntima con el pecho abierto y mostrando su interior. El punto de vista femenino que utiliza para describir sus encuentros amorosos con sus amantes, desnuda y erotiza el vuelo de sus palabras. Nin describe la relaciones íntimas con su padre con mucho de esa carga, la misma que utiliza para retratar sus encuentros con June, la esposa del escritor Henry Miller, quien la inicia en el sexo lésbico.
Por Miller, Nin siente una obsesión, una cierta curiosidad. Reconoce en él a un ser egoísta y brutal, pero también al artista que entiende, como ella, la literatura como un medio de liberación: Je vois ses livres, sa gentillese, Henry explosif, dangereux, je nous vois tous deux en Espagne –des images brouillées, déformées, magnifiées par ce grand démon qui nous gouverne tous les deux, le demon de la litterature–.





Anaïs Nin, de otro lado, se movía en un ambiente pacato y conservador, el de los años 30, por lo que tuvo que vencer muchos prejuicios de la época. Rendida admiradora de D.H. Lawrence, a quien dedicó un ensayo, Nin no tuvo el reparo de explorar las variadas formas del amor. Practicó el heterosexual con su esposo Hugo, experimentó con Miller y disfrutó el lésbico con June. Su psicoanalista Otto Rank tampoco escapó a esta lista. 
La edición de los diarios de Anaïs Nin, mejor dicho el volumen titulado Inceste, describe estas relaciones clandestinas. A pesar que la barrera del idioma pueda ser una limitante, el mero hecho de trasladar de una lengua a otra sus contenidos, convierte su lectura en un hecho excitante, sobre todo cuando, a fuerza de rasgar las vestiduras de las palabras, empiezan a aparecer los pasajes íntimos, aquellos donde lo prohibido en Anaïs Nin incita la mente del lector y estimula su imaginación.

La cámara adora a Anaïs Nin.

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