Erwin
Olaf retrata escenas con una estética muy cuidada, creando atmósferas de
soledad, de desesperación, siempre con un halo de melancolía y nostalgia.
Parece que sus protagonistas estén esperando la llegada de algo o de alguien. O
que hayan asumido que no va a venir.
Son especialmente conmovedoras aquellas en las que el
retrato social está más presente, aquellas en las que Olaf se muestra más
cercano a la soledad, a la indefensión de sus modelos. Tanto cuando se trata de
retratos, como cuando refleja escenas a través de una cierta impostura, una
cierta escenificación, nos acerca al personaje en su incomunicación y, pese a
su formalismo, o quizá a causa del mismo, logra esa identificación que nos hace
vibrar.
Cualquier fotografía de esta serie puede inspirar un
relato, imágenes llenas de luz que son también historias sin terminar,
inesperadas. Instantes que nos recuerdan la obra de Hopper. Seres
solitarios encerrados en su vida cotidiana, rodeados de esos objetos mudos,
esperando... ¿Qué?
La
cámara adora a Erwin Olaf.
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