viernes, 24 de mayo de 2013

Los recuerdos de mi vida.



Las primeras sensaciones y algunas personas con las que crecemos o nos cruzamos durante nuestra vida permanecen en nosotros y, de alguna manera, dan forma a nuestra personalidad.
Yo soy muy sentimental, soy de mucho recordar, y creo que los recuerdos, la mayoría de veces te ayudan, y al contrarío que piensa mucha gente, te ayudan a no quedarte parado, te ayudan a avanzar. Considero que lo bonito de ellos es tenerlos ahí, en un cajoncito, y sacarlos a la luz cuando los necesites.

Me gustan mucho las flores, me gusta ir a comprarlas, me alegran y me sienta bien cuando a mi alrededor hay muchas. El campo, el color verde... me producen una increíble sensación de bienestar. Y confieso que esta pasión tiene que ver con los olores, con el recuerdo de mi abuela. Me gustan tanto precisamente por eso, porque huelen bien. Y uno de los primeros recuerdos que tengo es este, el olor del perfume de mi abuela paterna.
Cierro los ojos y revivo en este instante esa sensación, la de llegar a casa de mi abuela, ir a darle un beso y percibir su aroma. 
Todavía cuando huelo ese perfume, me remueve, me traslada, me encanta.
Las personas son lo más especial que te atesora, de alguna manera, te marcan para siempre.



También no dejo de sonreír al recordar mi infancia. No sé por qué, pero si pienso en un recuerdo muy, muy especial, vienen a mi cabeza los años que viví con mi familia en otra ciudad. Mi hermano y yo teníamos que caminar por el centro de ella para coger el autobús que nos llevaba al colegio, y recuerdo los trayectos perfectamente, a pesar de ser bastante pequeña. Porque por el camino nos pasaban muchas cosas. Hablábamos mucho. Nos parábamos a mirar las palomas y los edificios. Habían unos árboles muy grandes y recogíamos sus hojas secas del suelo para meterlas entre los libros. Relaciono aquel camino con ir descubriendo un mundo de sensaciones. Mi hermano tenía 7 años y yo 4. Nos adorábamos, aunque me hacía bastante rabiar. Y hoy seguimos sin poder vivir el uno sin el otro.

Mis recuerdos me inspiran. Las experiencias más sencillas se abren paso por mis cinco sentidos y dejan en mi huellas imborrables que me trasladan a un paraíso de sensaciones.



Si tuviera que decir un sonido, diría el del silencio más profundo, ese que solo deja cabida al silbido del viento o al trinar de los pájaros. O el de las olas de las playas de Ibiza, por las que tanto he correteado, cuando se deslizan sobre la arena. Toda mi infancia está en ese susurro.

Es más difícil decidirme por una sensación imborrable en mis recuerdos. Tal vez sea la primera vez que te tropiezas de repente con la realidad. Con la dura realidad. Por eso me gusta recordar cada una de ellas, buenas o malas, ya que forman parte de mi vida. 
Desde la dulce sensación del primer beso, que es una lástima que sólo entiendas cuando eres mayor que eso sólo ocurrirá una vez y en ese sentido será superior a tantos otros, a la pérdida de un ser amado, que, unas veces por ser muy pequeña no lo entiendes, y otras, por ser mayor, todavía lo comprendes menos.
Aunque la mejor sensación es cuando te tropiezas con alguien por casualidad y da sentido a tu vida.



Ser una sentimental es un alhago para mí. No entiendo por qué algunas veces tiene que estar mal visto. La ternura siempre está bien, no hay que huir de eso.
A menudo me digo... No quiero llorar, no quiero emocionarme... ¿Y por qué no? No hay forma de parar los sentiemientos. Es mejor dejarlo fluir.

Los recuerdos son tu compañero de viaje, son imborrables, te ayudan, te levantan, te trasladan.

Me encantan mis recuerdos.

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